LA RISA, ¿REMEDIO INFALIBLE?
Por Mauricio Redolés
Existe un dicho muy chileno y que
expresa sin gran vehemencia nuestro amargo y cruel sentido del humor: “No falta
de qué reírse, dijo la vieja, revolviendo el fuego del brasero con la pata de
la guagua”. El grito de la guagua debe haber sido estremecedor.
Siempre y en todas las culturas
existe el humor cruel. Recuerdo que Maximiliano Salinas hace unos años me
invitó a un seminario sobre el humor en Chile. Alguien me preguntó si en
Inglaterra (país en el que había sobrevivido en la segunda mitad del siglo
pasado), yo había capturado algo de la crueldad de los británicos en el humor.
Les relaté como una vez John Barnes, un compañero de trabajo muy inglés, me
contó que tenía un compañero de curso en el liceo, tan feo pero tan feo, que
los “boys” de los otros cursos, cuando lo llamaban en el patio, le gritaban:
“Hey you! With the face!” o sea, algo así como: “¡Oye tú!, ¡El de la cara!”. El
profesor Salinas no pudo parar de reír durante el resto del seminario.
Cada nación diseña su propia
crueldad en el humor. También cuando vivía en Inglaterra recuerdo que un
chileno llegó con una revista Condorito. En esta revista venía una historieta
en que un tipo enano y deforme, con un pie más corto, una joroba increíble, un
brazo torcido, decide desnudarse a orillas de un lago para darse un baño. Se
mete al agua y aparece Condorito y le roba toda la ropa. El individuo deforme
sale a orillas del lago y le grita a Condorito: “¡Ojalá te quede bien la ropa
algún día, desgraciado!¡Plop!”. Cuando le traducíamos el chiste a los ingleses,
éstos hacían muecas de asco, no se reían, y decían que el chiste era
absolutamente cruel e incomprensible. Lo que amplificaba nuestras oscuras y
chilenas risas.
Es cierto que en Chile la norma
es reírse del débil. Socialmente se impone desde las clases altas hacia las
bajas. Desde el machismo y la misoginia de los hombres hacia las mujeres. Desde
los auto-considerados “normales” a los
así considerados “anormales”, etc., etc. Todo esto en que las expresiones de
“normalidad” son dictadas por el Poder y las Tradiciones. Carlitos Marx lo
decía hace varios años: “Las ideas de los muertos pesan como una montaña en los
cerebros de los vivos”.
Entonces, las rutinas
humorísticas locales tienen una normativa que les garantiza a los comediantes
el bien preciado de “la risa” luego de sus chistes cuando éstos apuntan a lo
más “correcto” de esa “normalidad”. O sea es “gracioso” reírse de las suegras,
las gordas, las madres solteras, las ingenuas, las tetonas, las de culo chico,
las pavas, las ricas, las feas, las mujeres en general. Este sentido de humor
también se ve reflejado en cierto tipo de publicidad televisiva en que la rubia
presuntamente tarada pregunta a la audiencia: “¿O es muy tonto lo que estoy diciendo?”.
Por otra parte, los hombres que
aparecen ante los ojos del Poder como débiles socialmente son el blanco del
chistecito triste. Vale decir los borrachitos, (o sea personas enfermas de
alcoholismo), los cumas (u “ordinarios” como los denomina el gusto chilensis),
los homosexuales, los mapuches, los huasitos pobres (personaje que disminuye en
importancia en la rutina humorística en la medida que disminuye la población
agraria), los tartamudos, los gangosos, los deformes. Un clásico de esto último
es un chiste que cuenta Álvaro Salas en que un señor deforme canta en una
iglesia agradeciéndole a Dios.
Tanto como mi memoria me acompaña
el único humorista que inventa un personaje de los estratos altos de la
población, para hacer mofa de éste, es Jorge Romero “Firulete” y su recordado
“Pepe Pato”. Coco Legrand inventa al “Cuesco Cabrera” pero es más compasivo con
él. Nunca deja tan a la intemperie a su personaje con la brutalidad que lo
hacía “Firulete”.
Sobre las víctimas del fascismo
pinochetista, también hay humor. ¿Qué se imaginan ustedes? ¿Qué no éramos
capaces? Espérate un ratito, cabrito. Recuerdo que un conocido chistólogo contó
uno de aquellos. Resulta que Pinochet y Lucía van de picnic a Cartagena y ella
le pide a Pinochet que no deje los huesitos de pollo en la arena porque lo
pueden seguir inculpando más aún.
El otro “chistecito” lo escuché
en un programa de conversación en un canal del cable. Se conversaba sobre el
Bim-Bam-Bum, aquel Teatro de Revistas (revisitado actualmente por un canal de
televisión), que alegraba la bohemia santiaguina a mediados del siglo XX. Se
comentaba como el Bim-Bam-Bum feneció finalmente debido al “toque de queda”,
impuesto por la dictadura. El teatro se quedósin noche, como todo el país. El
conductor del programa, el actor Vasco Moulian, dijo: “¿Cómo que el Bim-Bam-Bum
se acabó el 73? ¡El Bim-Bam-Bum comenzó el 73!”, y decía ¡Bim! y hacía el gesto
de disparar, ¡Bam!, y de nuevo lo mismo, ¡Bum!, y volvía a repetir el gesto. El
Compadre Moncho que lo acompañaba en el set televisivo no lo pescó ni en bajada
al ya mencionado Vasco Moulian. Demostrando el ya aludido Compadre Moncho con
ese gesto, el de ser un hombre dotado de una mayor sensibilidad e inteligencia
que la del actor devenido en animador. Y no es chiste.
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